Trenes nocturnos




Viajar en tren me relaja. Me gusta el traqueteo y me puedo pasar horas ensimismada en mi misma mirando por la ventana viendo pasar el paisaje. Sin embargo viajar de noche es como estar encerrada, la ventana solo te devuelve el reflejo. Por eso no tardé mucho en levantarme e ir en busca del vagón cafetería.

Había sido una dura jornada de reuniones de gente con corbata a cientos de kilómetros de mi casa y ahora me esperaban aún unas cuantas horas hasta poder volver a ella. Ya soñaba con poder cambiarme los zapatos, quitarme la ropa de oficina y abrazar a mi perro. Pero de momento seguía representando mi papel de mujer seria y responsable.

Mientras hablaba por teléfono con mi jefe que me pedía el resumen de la jornada me senté en la barra y pedí una cerveza. Era una recompensa que se había convertido en rutina para días como los de hoy. Colgué y di un buen trago de la botella. El primero siempre era el mejor, en estos casos.

Aquel era el único bar al que iba a beber sola y no me importaba. Había poca gente hoy, una mujer en una mesa enfrascada en unos papeles y en la esquina de la barra 2 hombres rubios extranjeros vestidos con polo de Lacoste que parecían homosexuales enamorados. El camarero vino a darme el cambio y también me fijé en él. Era guapo, rubio también y con ojos claros. Sin embargo su ridículo bigote vulneraba el resto. Allá él.

Le di otro trago a la cerveza y volví a mirar a mi alrededor. Sin querer me topé de nuevo con la mirada intensa del camarero. Vaya, para él no había sido una casualidad, no la apartaba así que tuve que bajar la mía. Ya me había jodido el rato. Qué imbécil era, una simple mirada más larga de lo normal era suficiente para ponerme nerviosa.

Le di un último trago largo a la cerveza y me fui a mi asiento maldiciendo paraa seguir mirando mi reflejo en la ventana.

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