Empiezan a caer las primeras gotas y me apresuro a coger todas mis cosas para dirigirme a mi sillón de pensar: un libro, una cerveza, un papel y un boli. Encaro el asiento al ventanal y a disfrutar del espectáculo.
El cielo está gris tormenta y desde hace unos minutos jadea furioso. Los primeros truenos no se hacen esperar y para no ser menos la lluvia mana con fuerza. Son las 16.58 y en el colegio que hay abajo se nota la excitación. Casi puedo escuchar las quejas de las madres esperando en la puerta a que salgan sus hijos.
Suena el teléfono y es M excusándose de no venir a casa por el mal tiempo. No existe el mal tiempo, le digo, sino la ropa inadecuada. Le propongo salir a dar un paseo y disfrutar de la lluvia. Me toma como loca y me cuelga.
¿Cuando dejamos de tomarnos los dias de lluvia como una
oportunidad de saltar sobre los charcos? Una de tantas atrocidades que
cometemos al hacernos adultos... En fin, vuelvo a mi puesto y veo como ya no hay ni niños ni madres. Y por supuesto tampoco lluvia. Así es el espectáculo. No siempre comen perdices antes de que cierren el telón.
Pero siempre vuelve a salir el sol.
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