Fue lo que me faltaba, sacar la cabeza por la ventana y ver este paisaje desolador. Quizás a cualquier otra persona le hubiese encantado ver llover en la gran manzana para poder ver la ciudad de otro modo... Pero no a mi.
Había llegado allí llena de ilusión, no lo podía negar. Pero fue poner un pie en el suelo y empezar a sentirme desolada. La ciudad tenía su encanto, es verdad, pero tenía demasiada gente. Personas que se veían sin verse, que comían solas en los bares, siempre hablando por el iPhone o simplemente con los auriculares puestos a todas horas.
Y el problema era que me sentía una de ellas. Una persona anónima en las calles de Nueva York intentando dejar de serlo, conocer gente y sentirse diferente. Sin conseguirlo.
Definitivamente viajar sola no era lo mío. Me lo temía pero no quería admitirlo. Pero ¿qué opción me quedaba más que intentarlo cuando me dejaste? Nuestra vida era viajar y ahora tenía que reinventarme.
Volví a meter la cabeza en la sosa habitación del hotel dispuesta a volver a la cama.
Definitivamente Nueva York no era lo que esperaba.
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