Y por lo visto no soy la única que piensa así, ya que existen multitud de movimientos a favor de la bicicleta como medio de transporte preferente. Yo disfruto visitando las páginas web de las ciudades de Masa crítica o iniciativas como la de bikestorming.org. Me dan ganas de irme a vivir a ciudades como Buenos Aires o Ámsterdam solo por su amor a la bicicleta.
A la vez que ha crecido ese amor por la bicicleta, ésta también se ha introducido en otros mundos como en el de la moda, naciendo la tendencia cycle chic, con cientos de páginas con fotos de gente de la calle en bici, o en el de los taxis, viajes, turismo o incluso gastronomía. Sobran iniciativas y originalidad al respecto.
Sin embargo, a pesar del demostrado y enorme interés mundial por este tema y sus múltiples ventajas tanto para el individuo (salud, ahorro, calidad de vida, etc..) como para la comunidad entera (medio ambiente, menos contaminación acústica, etc.) muchas de nuestras ciudades y leyes siguen sin poner de su parte para ayudar a mejorar las vías y carriles, dar preferencia a este medio de transporte o adecuar la legislación a ello.
La pregunta entonces es obvia: ¿por qué no nos ayudan? La respuesta desgraciadamente también es obvia y es la de siempre: los gobiernos no ponen de su parte porque no hay una motivación económica en ello. ¿Qué gana el gobierno si ahora todos decidimos dejar los coches y subirnos a la bici? Pues nada. Las bicis no consumen gasolina, no pagan impuestos de circulación y apenas cuestan dinero. Entonces, ¿para qué impulsar este medio? ¿Menos contaminación? ¿Más salud? Minucias.
Lo único que podemos hacer es seguir pedaleando.
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