Cómo añoro aquel tiempo en el que desayunábamos juntos. La actividad nocturna nos daba hambre y nada más salía el sol nos bajábamos al bar de abajo a saciarla. Porque en su nevera nunca había nada.
Tú me hablabas de cine independiente y yo de biología marina y ninguno escuchábamos al otro nunca. No eran nuestros gustos los que nos unían. Dos cafés cortos, dos cruasanes y dos cigarrillos después nos despedíamos en la calle "hasta la otra".
Un día decidí no volver más. Mi sentido común me lo ordenó y yo, que soy una de las personas más cobardes que he conocido nunca, le obedecí sin rechistar.
¿Me echaría de menos? Yo nunca más he vuelto a desayunar.
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